La verdad es que el sitio que han escogido los creadores del parque temático sobre los Ninjas está un tanto apartado, como lo estaban entonces los pueblos donde estos maestros se entrenaban y vivían. Es difícil de llegar en tren, y largo por carretera, no quiero ni imaginarme como sería llegar allí en los tiempos del Japón medieval.
Por fin en el sitio, lo primero es una pequeña introducción al mundillo y varios comentarios que procuran eliminar esa fama de asesinos que todo el mundo tiene. Nuestra oradora es una ancha japonesa, pero contamos con Keiko (la guía que se nos ha unido para la zona de Kyoto) para que nos haga las veces de intérprete (menos mal).
De japon2006 | De japon2006 |
Cuando ya estamos concienciados de que la mayor parte del tiempo se ocupaban de sus asuntos, que normalmente sus señores los reclamaban para labores de mensajeros o espionaje, la japonesita nos presenta la casa típica de un ninja. Tan típica como que la trasladaron tal cual hace 40 años desde la zona donde se asentaba para poder enseñarla. Zonas desde las que mirar sin ser descubierto, compartimentos donde dejar papeles importantes o armas, pasadizos e incluso un par de demostraciones de cómo moverse por ellos. Aquí, nuestra risueña amiga es donde nos “mató”, va a ser que no estaba tan gorda… menudo felino; queda claro que con entrenamiento las apariencias pierden valor.
Tras un par de pasillos subterráneos a modo de exposición de armas, útiles, ropajes, etc, terminamos la visita con una exhibición. Trepan, cortan, lanzan, pelean… la verdad es que los tres tíos que participaron se lo tienen currado. Incluso nos enteramos de la principal diferencia entre las espadas de un Samurai y un Ninja, de forma y uso, vamos el por qué (que no voy a contar).
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Después de comer nos toca visitar Nara, la primera capital que tubo Japón como país unificado (aunque sólo fuese por unos pocos años antes de trasladarse a Kyoto y después definitivamente a Edo-Tokio). Allí visitamos el mayor edificio de madera que existe en el mundo, el pabellón principal del templo donde se cobija a un Buda de 25 metros de alto, 4 más que el de Kamakura (ambos sentados). Es un sitio famoso por la cantidad de ciervos que habitan el parque que rodea el templo, y también por que en uno de los pilares del templo hay un hueco que se corresponde con el tamaño de uno de los orificios de la nariz del Buda. Se dice que quien sea capaz de cruzar ese “hueco” será capaz de afrontar todas las dificultades que le presente la vida. Ese día, creo que fui el único que lo pasó (además de decenas de niños, pero no son comparables a mi tamaño). Se formó un corrillo para verme pasar y luego de salir unos sonoros aplausos… tengo que conseguir el video :D
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Como vamos bien de tiempo, ya regresando a Kyoto hacemos parada en Fushimi Inari. Parada poco acertada para algunos, dado que al atardecer los mosquitos dieron cuenta de nuestra visita. Yo tuve suerte y puede ver parte de las escalinatas de 800 Toriis (aunque le llaman el camino de los 1.000 Toriis) sin problemas, pero algún otro salió con varios centilitros menos de sangre en el cuerpo. Algún día que vuelva a Japón procuraré hacer los casi 3 kilometros de recorrido montaña arriba, pero no será en agosto, o tendré que llevar una katana antimosquitos.
Los Toriis que dan fama a este templo, están puestos aprovechando todos los huecos que presenta el camino de acceso. Tan juntos que llegan a formar túneles que serpentean por la colina en un tono naranja chillón. Como son tantos, en este templo se ha tomado una medida excepcional… por la parte trasera, se les ha tallado el nombre de quien lo pagó. Normalmente empresas o acaudalados particulares, que piden de esta manera los favores de los dioses.
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