Cuando por fin comienza el día, cumplimos con nuestra única obligación del día, ir a Correos para enviar un par de cajas de Gorka. Lo ha estado demorando, y si mañana viniese a la playa, ya no le quedarán más ratos para hacerlo. Así que, convencidos, vamos hasta la oficina más cercana para descubrir que el día anterior habíamos mirado mal el horario. ¡Está cerrada!
Vuelta con las cajas al hotel, a replantearse la situación y el plan. ¿La central de Shinjuku? Preguntamos en recepción, y gustosos ellos mismos llaman para confirmar el horario de la central, y si, está abierta incluyendo los domingos. Así que nos ponemos en marcha, pero esta vez Gorka se paga un taxi, porque el paseo sería muy largo contando con las dos cajas de libros que ha preparado (no sé si habrá dejado algún título sin mirar/comprar).
Aunque no me lo había planteado, finalmente compro yo también una caja mediana. Tengo algunas cosillas aún en la habitación, y como nos falta una bascula, pues mejor me curó en salud y las mando a casa. Así de paso, aprovecho la vuelta al hotel para comprar unos accesorios de la Wii para un amigo, que le mandaré también en el paquete, y quizás alguna otra cosilla. Pero antes comemos algo, porque se nos ha hecho tarde.
Cuando por fin terminamos con todo: los paquetes de Gorka, comer, comprar, mí improvisado paquete… decidimos llamar a Aydin y quedar con él para cenar. Puede ser la última ocasión en que pueda verse con Gorka, quien anda pensando no ir a la playa, y dejarse perder entre trenes por las afueras, para “intentar” ver todo Japón (lo que no ha hecho estos días de atrás) en 24 horas. Mañana será nuestro último día, y no sabe como agarrarse a esta tierra.
De japon2009 | De japon2009 |
Para cenar vamos a Ikebukuro. Barrio norteño de Tokio, y principal puerta de acceso de los trabajadores que vienen a diario a la ciudad desde el nor-oeste. Es sin duda un enclave de paso muy importante. Y se nota cuando bajamos del tren, entre la correspondiente oleada de japoneses. Por un momento, ni sabemos a dónde vamos, ni podemos pararnos a pensarlo.
Ya en la calle, apartados de la ruta de la multitud, hemos tratado de llegar al punto de encuentro con Aydin, pero terminamos por llamarle al teléfono, visto que no le encontramos. Y es que hemos acertado con el “lado” de la estación, pero no con cuál de las tres salidas era la de la cita. Pero el problema no hemos sido nosotros, sino que los carteles interiores y exteriores de la estación ¡no coinciden!
Salvados los saludos, atendemos a las necesidades básicas más urgentes, ¡hambre! Nuestro anfitrión nos lleva a un restaurante especializado en atún rojo (maguro), y nos recomienda el equivalente al katsudon. Pese a mis cuatro viajes, ha tenido que ser la anteúltima noche cuando he descubierto un plato tan interesante. Sirven el maguro crudo (como no podía ser de otro modo) sobre el arroz, y tu preparas a parte la salsa de soja con wasabi según gustos, para rociársela después por encima, y así comerlo todo junto. Es como una pieza de sushi gigante, y mejor aderezada (ya que puedes echarle tanta salsa como quieras por encima, pero con un platillo me fue suficiente). Vamos que me he quedado con pena de no volver a comerlo, y espero repetir en cuanto vuelva.
Aunque mañana tendré que madrugar, y pese a que los trenes que dejan la ciudad terminan antes que la línea Yamanote (los primeros para Aydin, la otra para volver nosotros), jugamos con el reloj un rato visitando el barrio en contra dirección. Es que esta gente ¡ya se está retirando!
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